Si alguien quiere ser mi seguidor, tiene que renunciar a sí mismo, aceptar la cruz que se le da y seguirme. 25 Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mi causa, la encontrará. 26 De nada vale tener todo el mundo y perder la vida. Nadie puede pagar lo suficiente para recuperar su vida.
Mateo 16, 24-28
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Entonces Jesús dijo a sus discípulos: “El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, (al sistema de pensamiento creado por el ego), que cargue con su cruz (con su karma a resolver), y, me siga. Porque el que quiera salvar su vida (del ego), la perderá; y el que pierda su vida (del ego) a causa mía, la encontrará (la paz interior). ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida (interior)?. “
De fábrica, el ser humano nace en este planeta con dos mundos, el consciente y, el inconsciente, o, sutil. Cada uno tiene su jefe. El jefe del mundo consciente, es nuestro ego, que es el que impone allí sus reglas. El mundo sutil tiene como jefe al Espíritu Santo, la Gracia Divina. Nosotros, desde que nacemos, tenemos que decidir, a cuál de los dos jefes le damos mayor importancia. Esto, no está en nuestras manos el poder evitarlo. De forma automática, y, para cada circunstancia, tenemos que tomar esta decisión. Manda papá, o, manda mamá. Ese jefe, gobernará nuestra vida, dicho en palabras de Carl Jung: “Hasta que no hagas consciente tu inconsciente, el subconsciente dirigirá tu vida, y, lo llamarás destino.” A quien demos mayor importancia gobernará nuestra vida.
Somos ambos mundos a la vez, y, la solución no puede ser que uno de ellos destruya al otro, no puede. Difícil convivencia.
Uno de los mundos es excluyente, es el ego, que a causa de su miedo a la muerte, considera a su entorno como enemigo; el “todo para mí” no vaya a suceder que me quede sin nada.
El otro es inclusivo, es el Yo profundo, inmutable , eterno, es la Consciencia de la Unidad; el “Todos somos Uno”.
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La presencia del ego es evidente, es tremendamente fácil de percibir, es “la novia en la boda, el niño en el bautizo, y , el muerto en el entierro”, le llamamos personalidad. El otro jefe es más sutil, hay que llegar limpio para verlo, para sentir su presencia. Está escondido como lo está la sorpresa en el roscón. No se puede comprar con todo el oro del mundo. Hay que cultivarlo, es un diamante al que hay que llegar cavando. La persona pobre, y, analfabeta tiene las mismas posibilidades de sentirlo, que el más millonario y erudito. Es, de hecho, lo que en realidad nos hace iguales, a todos los seres humanos.
Nos queda la pregunta, ¿quién soy yo?. Y la respuesta a esa pregunta es labor de cada uno. Para ello, primero hay que fortalecerse interiormente. Y, esto es, lo que consigue darnos, la práctica de la meditación.