La mejor actitud en la vida es practicar la fuerza del “dejar ir”, siendo conscientes del poder que nos proporciona esta práctica y dejándonos fluir. Hay que vivir sin sentimiento de propiedad, sin aferrarse a la idea de que “esto es mío para siempre y sin esto no sé vivir”, superando el luto eterno del pasado.
La clave está en vivir el instante presente “como si” todo se acabase mañana o nada fuese a durar. Vivimos el presente “como si” y luego actuamos según corresponda. No se trata de ser adicto al cambio, como el eterno viajero incapaz de establecerse, pero si algo sucede, sucede, y si no, eso que llevamos ganado.
Es fundamental darse cuenta de que cada uno de nosotros, junto con todas las personas que conocemos, “pronto” estaremos muertos. Esta idea puede sonar sombría porque nuestra cultura ha construido un estilo de vida basado en resistir a la muerte. Donde se ensalza la juventud en lugar de celebrar la vida. Se busca vivir muchos años, aunque sea “muertos en vida”.

Sin embargo, el conocimiento de la muerte ayuda a que nuestro ego desaparezca. Recordándole que no puede aferrarse para siempre a las cosas que posee y que es inútil resistirse, ya que pronto desaparecerá sin nada.
Al descubrir esto y aprender a dejar de aferrarse a las cosas, a las personas, a las cualidades, a las ideas y a las emociones, aceptando con alegría los cambios, todo se transforma. No solo se despiertan los sentidos, sino que uno se deja fluir con el resto de las cosas. No obstante, si en lugar de fluir con los cambios, se insiste en resistirse a ellos, uno se sentirá incómodo, extraño e inadaptado a la nueva situación. La práctica de la meditación nos ayuda a aprender a fluir.
Namasté, Fernando