No buscamos la perfección, porque esta no existe en el mundo relativo del nombre y de la forma. En este mundo, solo podemos ver colores y formas, pero nunca la sustancia o la naturaleza profunda de las cosas, situaciones o personas. En cambio, sí que buscamos “ver” la perfección a través de lo aparente.
No aspiramos a que nuestro carácter sea perfecto, ni tampoco el de los demás, porque ambas cosas son imposibles. Por eso, cada persona está bien donde está, y la aceptamos como es.
NO CONOCEMOS CÚAL ES EL PROPÓSITO DE NUESTROS DEFECTOS

No conocemos cuál es el propósito de nuestros defectos ni el de los “defectos” de los otros.
Sin embargo, sabemos que nada ocurre por casualidad, que todo tiene un propósito. Así, el carácter de los demás tiene un propósito que ignoramos.
Respetamos al otro no por el otro en sí, sino porque quien nos ha “fabricado” a nosotros es el mismo que ha “fabricado” al otro.
En este momento de nuestra evolución, aceptamos la vida tal y como está hecha por la voluntad de Dios, con sus limitaciones y sus libertades. La aceptamos porque nuestra vida es incomprensible para nuestra mente.
Nuestra vida no es una ciencia que describe la trayectoria exacta de un objeto, sino un arte. Como lo es la poesía, que está sujeta a las limitaciones de la métrica, la rima y el tipo de poema según sus versos o estrofas, pero concede una total libertad expresiva al poeta.
OFRECEMOS AL MANIFESTADOR NUESTRA IGNORANCIA
Por eso, ofrecemos al Manifestador nuestra ignorancia, ofrenda que podemos hacer de esta manera: “¡Dame, Señor, la fuerza necesaria para que cada día me aferre menos a mis ‘razones’, y así pueda estar más cerca de ti!”. Esta era la oración favorita de Ramakrishna, el gran sabio que vivió en Calcuta a finales del siglo XIX.
La meditación moviliza, activa, esa fuerza que viene contigo de “fábrica” en tu interior.
Namasté, Fernando